martes, 5 de diciembre de 2017


INDIA (2) – Agra.

         Por la mañana temprano partimos hacia Agra. Después de un rato paramos en uno de esos sitios que se sabe el conductor y mira por donde aparece un niño con su flauta y su serpiente.
 
 
 Se pone a tocar y la serpiente levanta la parte delantera de su cuerpo, le hago unas fotos y me pide una propina. Le doy 10 rupias (unos 15 ctms de €), me mira y por señas me dice que le de otra propina para la serpiente, que también tiene que comer. Me hizo mucha gracia su razonamiento y también su cara y sus ojos. Le di otras 10 rupias y el se fue tan contento con su dinero y yo con mis fotos.

 
        Lo primero que visitamos en Agra fue El fuerte rojo. En cuanto se ve se comprende por qué le pusieron ese nombre. En la puerta de entrada hay muchos mendigos, con pinta de verdaderos mendigos, pidiendo. Lo malo es que hay demasiados y cuando das a uno una limosna los demás, si lo ven, te acosan para que les des a ellos otra.
 
 
 No es por no dárselo, es porque se acaban los billetes pequeños y los que no han recibido nada lo necesitan tanto como los que sí han recibido algo. Lo anterior era mi razonamiento para no dar nada, luego pensé que si solucionaba la cena de unos pocos eso era mejor que nada, por lo menos para ellos.


        
          Las dependencias y palacios del interior del fuerte son lujosas y espectaculares. Es un tipo de arquitectura con muchísimos espacios abiertos, sin puertas. Es un espacio para que corra el aire, para que, entre la luz y la vida, los pájaros andan por aquí como por su casa. Las partes de estilo mogol me son más familiares, sin embargo, las estancias con columnas y como vigas horizontales, que son de un estilo más hindú, me son desconocidas, pero me gustan por la sensación de estabilidad, fuerza y robustez que dan.
 

 
 Son como las vigas de madera que he visto en algunos edificios de España, pero con la diferencia que aquí son de piedra y están adornadas con esas filigranas que me recuerdan a las de los árabes.
 

 
 Son estancias bonitas, agradables y con un cierto toque de misterio. En algunas de ellas hay galerías o amplias balconadas y desde esas galerías se ve, allá a lo lejos, el Taj Mahal, resplandeciente y a la vez envuelto en una tenue neblina.

 
         Y como es una visión tan hermosa decidimos ir a verla de cerca. Rápido llegamos al Taj Mahal. La entrada me recuerda a la tumba de Humayum, quizá por el tono rojizo que tiene.
 
 
 Enseguida entramos y veo lo que esperaba ver: el Taj Mahal en carne y hueso (como diría mi nieta Alicia). Y el edificio y la luz del atardecer me gusta, pero no me sorprende, lo que sí me sorprende es la enorme cantidad de hindúes que están visitándolo.
 
 
 Los turistas extranjeros somos una minoría que pasa casi desapercibida. Al atardecer el Taj Mahal adquiere un tono entre rosa y malva precioso, y este color adquiere aún más brillo y resalta más con los maravillosos colores de los vestidos de las mujeres.
 

 Estoy mucho rato mirando el Tah Mahal desde un lado, desde otro, viendo el efecto del sol sobre sus paredes y mirando a muchas mujeres. Sus ropas me chiflan.
 
 
 A las 7 de la tarde, cuando ya empieza a ser de noche y dentro del Tah Mahal ya no se ve nada, echan a todo el mundo. Mañana a las 6,30 de la mañana volverán a abrir, pero ya no vendré aquí, veré el Taj Mahal desde la otra orilla del río, desde un lugar recomendado por las guías.

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