lunes, 4 de febrero de 2019

SENEGAL (7) - Sant Luis   

           Saint  Luis fue la capital del África Occidental Francesa. Era la joya de Francia en el África negra y todavía conserva ese aire colonial del siglo XIX. Hoy Saint Louis es Patrimonio de la Humanidad, las causas de la inclusión en dicha lista son varias pero fundamentalmente es el conjunto arquitectónico de una época pasada que refleja una forma peculiar de vida y también el interés de Francia para que una de sus colonias más importantes esté en esa lista y de paso también la antigua metrópoli, pues lo que se valora es lo que hicieron ellos.
Cuando se fueron los franceses casi todas esas viviendas entraron en decadencia, y hoy, con las ayudas de la UNESCO, muchas se están arreglando. Son viviendas de dos plantas; en la superior vivían los señores, la inferior servía como almacén, como lugar donde tener a los esclavos hasta embarcarlos para América o el lugar donde vivían los sirvientes. Lo más probable es que sirvieran para todas las cosas a la vez.
 Todo el trazado urbano es muy regular: las manzanas son rectangulares y todas las calles o son paralelas o perpendiculares entre sí. Todo era una imitación de la gran metrópoli tal como se concebía la vida en el siglo XIX. Pero hoy tiene un aire descuidado, colorista. Los que conocen África dicen que es el aire africano, que todas las ciudades son similares.
Hay gente sentada en la calle, en el bordillo de la acera, sin hacer nada, solo ven como pasa la gente. Hay mujeres que están lavando en la calle, en un barreño, y tienden la ropa entre árbol y árbol, y la calle parece que está más alegre, más bonita.
Hay pocas tiendas porque hay poco dinero, y de electrodomésticos hay menos porque la luz es muy cara. Los niños se paran frente a la tienda de televisores y se quedan mirando durante un rato. ¿Qué pensarán estos niños? ¿Qué les parecerá lo que se ve?
 Un poco más allá está el puente de Eiffel, todo él de hierro, y que según dicen no era para aquí sino para otro lugar pero que se quedó pequeño y buscando un sitio donde ponerle encontraron éste. ¿No era más fácil añadir unos cuantos hierros más y ponerle para donde se había pensado? Yo creo que esto es como una leyenda urbana.
        En cuanto me aparto del centro y me aproximo a las orillas del río o del mar empieza a aparecer otra cara, una cara más brutal, la cara de la pobreza. La basura se empieza a amontonar a las orillas del agua. Las cabras, las pintadas y los cuervos buscan entre la basura algo que comer.
 
   Lo bueno que tienen estos animales es que se comen todos los desperdicios orgánicos, con lo cual no hay malos olores ni riesgo de enfermedades infecciosas. Es un aprovechamiento muy ecológico, demasiado ecológico.
        Y a medida que uno se aleja del centro geográfico, que coincide con el administrativo, las viviendas empiezan a ser más humildes. Muchas son de una sola planta y la planta baja de las que son de dos no es un almacén ni nada parecido, es una vivienda más.
           Hay horas en que la calle está llena de gente y los chicos un poco mayores juegan a sus cosas, que suelen ser un poco bruscas, y las muchachas pasan como distraídamente, como sin dar importancia a lo que hacen los chicos aunque constantemente miran a hurtadillas.
         Y en estos barrios un poco alejados del centro histórico se empiezan a ver dolorosos contrastes. Hay jovencitas y jovencitos que acaban de salir del Liceo y van con su flamante uniforme.
 Y en muchos de los lugares por donde pasan hay humildes chabolas hechas con lo que se hacen las chabolas: chapas y maderas. Es el problema de la eterna distribución de la riqueza.
        Y la Saint Louis señorial actualmente se acaba poco a poco. Antes, en la época colonial, la diferencia entre la zona blanca y la zona de los negros debía ser más brutal.
 Cuando se llega a la orilla del río y se mira al frente lo que se ve debía parecer de otro mundo. Hoy no, pues los blancos somos muy escasos y el mundo negro con sus costumbres y sus peculiaridades ya ha impregnado todo. A fin de cuentas están en su tierra. ¿Pero qué es lo que se ve en la otra orilla del río?


        Se ve el barrio y el mundo de los pescadores. Se ven largas barcazas con un motor que a estas horas van llenas de hombres pues salen a pescar. Las barcas están pintadas de bellos colores, de los colores de África y son unas barcas pobres y humildes. Los pescadores se quejan de que tienen que ir a pescar a las aguas de Mauritania, porque aquí hay muy poca pesca: el gobierno concedió licencia a los japoneses y estos esquilmaron todo. Se marcharon cuando ya no había nada que pescar.

        Desde luego que estos hombres, con estas barquitas y con estos aparejos de pesca, no acaban con los peces que hay en sus aguas. Pescan poco porque no tienen manera de conservarlo; sus métodos de conserva son simplísimos: salar los peces y ponerlos a secar al sol, o salarlos y ahumarlos. Hay una parte de la playa que está dedicada a esta tarea en la que trabajan las mujeres, los hombres son los que van a pescar.

Paseo por esta parte y un olor fuerte, especial, lo impregna todo; es una mezcla de sal, de pescado y de humo. Las gaviotas se comen rápidamente todas las tripas de los peces; las escamas se utilizan como abono; todo se aprovecha, aquí no se puede desperdiciar nada. Algunos pescadores hoy no salen, se quedan a remendar sus redes.
En estos barrios de pescadores, y en todos los lugares alejados del centro histórico, la vida es de otra manera, es más bulliciosa, más viva y a veces más deprimente. Las viviendas son de aspecto más humilde; también parecen más pequeñas; las calles son de tierra; los niños andan por todas partes; no se ven ancianos pues sobre los 60 ó 65 años ya se han muerto; se ven muchas cabras que andan sueltas buscando comida entre la basura; también hay burros y muchos carros que llevan y traen mercancías. ¿Qué por qué no hay furgonetas ni coches? Pues porque la gasolina tiene el mismo precio que en España, y un sueldo que está bien para vivir en Senegal es de 300 € mientras que en España un sueldo para vivir malamente es de 1000€.
Había leído en algunas guías turísticas que es peligroso andar por estos barrios. Yo los he recorrido en todas direcciones y metiéndome por callejas, callejones, entre las barcas y por donde me ha parecido bien, y la verdad es que nunca me he visto incomodado ni molestado por nadie. Cuando he preguntado algo la gente me ha respondido con amabilidad y no he visto malas caras ni cosa parecida. La verdad es que hay mucho fantasma por ahí que va diciendo que si este barrio o aquel otro son peligrosos; yo creo que hay más peligro en barrios de grandes ciudades europeas que en estas ciudades africanas. Este es un mundo lleno de alegría y de color, pero también de pobreza y miseria. Muchísimas cosas me gustan y muchísimas me desagradan. 

        La franja de tierra donde está este barrio es muy estrecha, por un lado, está el mar, por el otro un estrecho brazo de mar que parece un río. Me acerco a donde está el mar abierto.
La playa está llena de suciedad, de gente y de muchas barcas. La suciedad son plásticos pues lo orgánico se lo han comido los animales y todo lo aprovechable lo han cogido los humanos. Hay muchos adultos sentados sobre las barcas, o de pie, charlando entre ellos o mirando al mar.
El mar está precioso; el mar y el cielo están de un gris azulado que de vez en cuando se tiñe de colores rosáceos, cuando el sol encuentra algún camino entre las nubes.
Y aquí en la playa veo un pelícano junto a una oveja. La oveja está demasiado encima de él y la pica para que se aleje. Debe  ser un pelícano domesticado, pero no sé para qué puede ser útil. A lo mejor solo es un capricho de su dueño.
Los chicos mayores juegan al fútbol; algunos llevan camisetas del Milan, del Barça y de otros equipos europeos. ¡Hay que ver lo lejos que llegan ciertas noticias y ciertas aficiones!
Los niños pequeños juegan con las olas; no tienen bañador y no se meten en el mar; juegan a que la ola no les pille.
        Echo un último vistazo al mar y a esa sinfonía de grises y me voy hacia el centro, hacia el hotel.


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