martes, 26 de febrero de 2019

ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR  (4).

         BILBAO. El edificio del museo Guggenheim visto por fuera es espectacular y tremendamente plástico.
Al edificio en sí le acompañan una serie de adornos, como estatuas colosales hechas como con flores,
 esculturas más pequeñas coloreadas, puentes que se perfilan en el horizonte con llamativos colores,…

en definitiva un magnífico edificio tremendamente plástico y tremendamente cambiante. Y el interior tiene una cierta similitud en cuanto que es un edificio muy dinámico, que va variando a cada paso. No hay líneas rectas, todo son curvas y planos inclinados que te hacen estar mirando hacia un lado, hacia otro para situarte y crear tu espacio personal.
Este museo me parece el ejemplo puro del negocio del arte contemporáneo. Esta asociación lleva sus colecciones y a sus artistas a un lugar, a otro, les hace propaganda y hace que sus obras suban en la cotización, que es de lo que se trata en cualquier negocio. El único fin es la originalidad a toda costa; lo que no ha hecho nadie de esa forma ni con esos materiales.
Paseo por Bilbao acompañado por Feli, una mujer que cuando la pregunto donde está la catedral se ofrece a acompañarme y guiarme. No es normal que la gente sea tan amable pero de vez en cuando, afortunadamente, uno se encuentra gente así.
Bilbao me parece más bonito que San Sebastian. La Gran Vía tiene unos magníficos edificios de los siglos XIX y XX. Todo el casco antiguo está muy cuidado y muy arreglado. Me gusta mucho lo que veo de Bilbao. Y me gusta mucho la amabilidad de su gente.
Paseo por el parque, parque al que fui cuando vine a esta ciudad de niño, a los 9 años. Recuerdo que unos niños pescaban en el estanque usando una cuerda, un trozo de corcho como flotador, un alfiler doblado como anzuelo y pan como cebo; y pescaban peces rojos que había en el estanque. Uno pescaba y otro vigilaba por si venía el guarda.
        También recuerdo cuando monté en un triciclo que alquilaban aquí en el parque y cómo a causa de mi impericia pasé por encima de los pies de unos señores que estaban sentados en un banco. Cuando volví a pasar por ese lugar los señores que estaban en el banco levantaron los pies como precaución.

        Cuando llego a Castro Urdiales me encuentro con el pequeño arroyo donde estuve comiendo con mis abuelos y mis tíos cuando tenía 9 años. Entonces todo era campo, ahora todo está edificado. La idea que tenía de Castro es la imagen de esta foto y la de los chicos tirándose de cabeza al mar para coger las monedas que les echaban algunos paseantes.
        Esta tarde el mar está rabiosamente azul, de un azul que me parece más propio de los mares tropicales, pero la verdad es que tengo muy olvidado este mar  y no me acordaba de lo bonito que es.

Paseo por la ciudad y sobre todo por el muelle, y desde él tengo un triple espectáculo: el mar, los barcos y la gente que pasea. Aquí en Castro hay costumbre de pasear por el rompeolas y cuando se llega al final de él la gente da como una especie de patada a la pared. Es como un rito, hay esa costumbre y no se sabe porqué.


       Ahora al atardecer hay una luz especial, es una luz que envuelve todo de un color entre rosa y violáceo y le da un tono amable y amoroso a todas las cosas. Hoy es domingo y el ambiente festivo se respira en el ambiente;
hasta los habituales pescadores de caña del puerto parece que se han vestido con un traje especial; no se puede ir a pescar el domingo vestido de cualquier manera. Los domingos son más los que se acercan a saludar y a preguntar que tal se está dando la tarde. ¡Y no se puede estar de cualquier manera!
        El sol se pone. La iglesia y el castillo reciben los últimos rayos de sol. El color rosa violáceo envuelve todo y me acuerdo de Paco, mi profesor de pintura, al que tanto le gustan los violetas y los malvas y que me enseña a apreciar el color de las cosas.

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