miércoles, 13 de marzo de 2019

ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR  (7).
          Es por la mañana temprano. En Suances el mar está precioso: los acantilados, las olas, la playa, los colores del mar, las olas con su espuma blanca que van a morir en la playa, el color de la arena...
 
 
          Es un espectáculo maravilloso, grandioso y a la vez tranquilo. Los acantilados, tan altos, con esa sensación de poderío y a la vez tan frágiles: las rocas se deshacen y caen al mar. ¡Qué bonito!
 

          La ermita de Sta. Justa está en un hueco a la orilla del mar. ¡Qué lugar más sorprendente para hacer una ermita! El mar le da compañía y hace que la imagen no se sienta sola. Las olas llegan a la base pero no la golpean; acarician suave-mente las rocas sobre las que descansa.
 
           No se pueden visitar las cuevas de Altamira originales.. Solamente se visita una magnífica reproducción. Estos hombres eran unos auténticos artistas. Hay que ver que sensación de movimiento logran, que manera de repartir las manchas y cómo dominaban la línea. Es una auténtica obra maestra.
 

           La última vez que estuve aquí, en Santillana del Mar fue con Teresa Arrabal, en un mes de septiembre,  cuando fuimos a un congreso a Noja y cuando nos marchamos de un restaurante sin pagar porque no había manera de que el señor nos cobrase por más que insistíamos en que lo hiciese. A la primavera siguiente murió.
 
También me acuerdo de un artículo que escribió en el Espectador Ortega y Gasset titulado “Santillana del Mar o venga escudos” No sé por qué me acuerdo de ese artículo, pero el caso es que ahora me viene a la memoria. Tengo que volver a leerlo. Son cosas que se quedan grabadas sin saber bien el porqué.
 Me paseo por Santillana, voy por muchas calles dando un amplio paseo, un paseo  tranquilo y sosegado, un paseo sin prisa, un paseo para saborear los
edificios, el cielo azul, las irregularidades del suelo, el placer de una sombra,  o la belleza de los ábsides de la colegiata.

           Santillana del Mar siempre me ha parecido uno de los pueblos más bonitos de España. Ya he venido muchas veces a él, pero no me importa volver a pasearle.
           En los acantilados al oeste de San Vicente de la Barquera, el mar está de un azul radiante, la roca es caliza, blanda, y tiene numerosos arcos. Es un paseo tranquilo, agradable, sosegado.

 
           Me paro con frecuencia para mirar en la dirección en que he venido, pues las vistas cambian constantemente. Este es uno de esos lugares en los que logro encontrarme en paz, en los que no pienso en nada, en los que nada me agobia, en los que mis preocupaciones y mis fantasmas desaparecen.

          ¡Qué bonito está el mar tan azul, tan verde, tan blanco!
           El sol de poniente le da un cierto tono dorado a las rocas de los acantilados que hay frente a mi, hacia los que me dirijo. Me siento a contemplarlos  y me parece notar la fuerza de la tierra que ha originado estas formas tan caprichosas.
 


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