viernes, 21 de diciembre de 2018

ANDANDO Y MIRANDO POR LAS CALLES


          Salgo a la calle, a la calle de Nueva York. Todo es bullicio, todo es ajetreo, pero la mirada se va a lo alto, buscando el cielo, tomando las distancias. Tiene que pasar un buen rato hasta que me acostumbro a tanta altura, a tanta verticalidad, y me empiezo a fijar en lo que ocurre en la calle, en lo que hay casi a ras del suelo.
Muchas estaciones de metro pasan inadvertidas, están como escondidas. Hay que buscarlas, hay que saber por donde pueden estar y entonces se buscan, y se buscan junto a una tienda, en un portal, en sitios insospechados e impensables para Madrid, Barcelona, París. Pero esto es diferente.
Aquí no hay la luz de Provenza ni los colores de países exóticos. Aquí predominan los colores grisáceos, y quizás por ello se notan más los colores vivos y chillones, quizás por ello se aprecien mejor matices y variaciones de color muy bonitos en los edificios y pequeños o grandes contrastes de color que se dan ocasionalmente. Hay escaparates que son una autentica explosión de color, hay escaparates que llaman la atención por lo exótico de los productos que presentan, hay marcas que con sus colores vivos y chillones se adueñan de un edificio entero y a la fuerza la atención se centra allí.

         Times Square y las calles adyacentes son el lugar de la publicidad por excelencia. Aquí todo está pensado y hecho para llamar la atención. Es lógico que por la noche las luces acaparen nuestra mirada, lo que yo no me esperaba, ni siquiera podía imaginar, es que en pleno día y a plena luz del sol, los anuncios luminosos fueran de tal potencia que pudiesen con la luz del sol aunque esta les diese directamente.
           La verdad es que me parecen un derroche innecesario de energía; quizá por eso los rechacé y apenas los miré.
         Y aquí en este entorno parece que todas las marcas comerciales tienen que estar representadas, aunque sea en un local muy pequeño.
        Pero claro, tantos locales pequeños y tantos anuncios por todas partes consiguen en mi el efecto contrario al deseado: como no puedo ver todo, como no puedo fijarme en todo, no me fijo en nada.
       Es como si mis receptores sensoriales se cerrasen y me inmunizo frente a este bullicio que me rodea.
 Pero hay cosas que sí me llaman la atención, como ese hombre que está en calzoncillos en un día en que la máxima son -2ºC y junto al que las chicas se hacen fotos abrazadas a él o tocándole el culo a cambio de una propina en forma de billetes. Una mujer de unos 50 años se le come con los ojos, sobre todo el paquete, le toca bien el culo, su marido o su acompañante le hace unas fotos y al despedirse de él con ojos de deseo le da un billete de 50$; imagino que una generosa propina.
         Y no sé por qué pero también me llama la atención ese basurero con su mono rojo empujando un cubo de basura en medio de una calle toda llena de carteles de todos los colores, incluido el rojo.
         Y como estoy en New York y tengo hambre, entro en un Mac Donald donde venden lo mismo que en España y a un precio similar. La hamburguesa no sabe igual, ni tampoco es igual el local. Este es un almacén o tienda con una estructura de hierro y muy bien decorado. Aquí si que tengo la sensación de estar en Estados Unidos.
         Entro a ver los almacenes Macy’s, la tienda más grande del mundo construida en 1901 y en la que es un autentico placer pasear y mirar.
         De vez en cuando hay que descansar ¿y qué mejor lugar para hacerlo que en la Sala de los Pasos Perdidos de la Grand Central Terminal? ¡Qué bullicio! ¡Qué animación! ¡Qué ajetreo! Por los rincones, de forma que no son muy visibles hay soldados armados para evitar un posible atentado. Sin querer me viene a la mente ese dicho de que “el que algo teme, algo debe” No puedo evitar pensar así.

         ¡Qué variedad de edificios hay en Nueva York! ¡Cuánto disfruto mirándolos y buscando con la vista y con el alma más cosas que ver!
¡Viejos edificios   de ladrillo tras los que surgen otros más altos que parece que se los van a tragar!
 Edificios de muy diversos estilos que enriquecen el paisaje urbano y hacen muy agradable pasear por esta enorme y variada ciudad.
         Aparcamientos como no he visto en ningún otro sitio y que surgen de la necesidad de buscar espacio y que como no lo hay horizontalmente se busca en la vertical. Estos aparcamientos están guardados por un operario que también se encarga de subir  o bajar un coche de allá arriba. Este es el primer aparcamiento que veo así en la ciudad, luego he visto muchos más.
         Y aquí hay unos camiones que no se ven por Europa, camiones con el morro muy largo, como los que veía cuando era niño, quizás por eso me llamen tanto la atención. ¡Ah!, y la mayoría son de color rojo.
         Veo y huelo unas tiendas donde sólo venden café. Venden café en grano de todas partes del mundo y lo tienen en sacos a granel. Hay cafés de América Central y del Sur, de África y del sudeste de Asia, lugar que yo ignoraba en el que hubiese café. Me quedé con ganas de comprar de casi todas clases, si no lo hice es porque no tenía sitio en la maleta ni tengo cafetera para hacerme el café en grano luego en casa.
         Algo que me llamó muchísimo la atención es el ver la bandera estadounidense en todos los vagones del metro, en todos los autobuses y en un montón de viviendas particulares. En España, y en el momento actual es impensable ver algo así. Pero bueno, esto  es América y su patriotismo está fuera de toda duda y su afán por manifestarlo también.
Andando por Nueva York veo la ventana de una casa actual,  de estilo románico con capiteles y columnas labradas. ¡Cosas de los americanos!
         Y también son cosas de los americanos el que una plaza sea de los propietarios de las viviendas que hay alrededor. La plaza tiene una verja y cada uno de los vecinos tiene una llave. Nadie más puede entrar.  Hay que aclarar que este no es un barrio de pobres ni de gente humilde.
         Y junto a estas viviendas lujosas que tienen plazas privadas en medio de la calle, hay casas con las fachadas llenas de escaleras de incendios, de esas que salen tanto en las películas y que algunas son preciosas y están magníficamente arregladas y restauradas. Me gusta mucho ver tanta variedad de edificios y algunos de gran belleza.
         Junto algunos árboles hay plantadas como una especie de coles de invierno y otras hortalizas que tienen aspecto de escarolas, repollos y lombardas. Luego me han dicho que en Madrid también las ponen en los jardines. Nunca las había visto.
Nueva York es la ciudad de los contrastes, de la variedad, de la diversidad. Edificios y locales antiguos, muchos de ellos sótanos son hoy prestigiosas galerías comerciales.
Junto a casas tradicionales de ladrillo, en antiguos barrios obreros, surgen hoy viviendas de vanguardia con ventanas redondas que parece que ahora están de moda pues ya las he visto en varios lugares. 
  Antiguas zonas elevadas para el metro, trenes o coches sirven hoy como lugares de paseo para viandantes ociosos a los que les gusta mirar desde allá arriba. Y como telón de fondo surgen modernos edificios muy bonitos que conviven con otros que son horrorosos. 
 Y paseando y paseando se ven preciosos edificios de ladrillo rojo; cines con fachadas que parecen sacadas de un libro de estilos arquitectónicos; hombres que llevan unos sombreros altos, altísimos y a los que no me atrevo a
fotografiar de frente y escaparates de tiendas en los que te ofrecen una minimaleta en la que cabe, perfectamente doblada, la ropa para un fin de semana, sobre todo calzoncillos y polos.

         Y de vez en cuando se ven edificios que imagino similares a los de Inglaterra, todos de ladrillo, con árboles delante y con ventanas góticas y renacentistas.
 Andar por Nueva York es llevarse constantes sorpresas, como cuando veo esos montones de basura delante de las viviendas a la espera que los recojan: aquí no hay contenedores y cada uno tiene su basura en su casa y se saca a la hora en que la recogen, igual que se hacía cuando yo era niño.
 Y estas bolsas de basura están frente a escaparates de lujosas tiendas en las que los maniquíes de las niñas llevan bolsitos y pulseras inimaginables en niñas europeas de 7 a 10 años.
En esto me parece que los americanos son un poco horteras, así como en esos trajes de hombres con las solapas plateadas o esos sombreros rojos que debe ser todo un arte llevarlos en la cabeza sin que se caigan.
  

       Y junto a los rascacielos quedan pequeñas viviendas pintadas y decoradas con un magnifico buen gusto; y en otros lugares los anuncios parece que salen de la pared y te van a agredir. Aquí entiendo lo de la publicidad agresiva. 
         No sé quién pondrá sillas y mesitas en las calles para que la gente se siente, pero la verdad es que están casi bastante ocupadas a pesar del frío. La gente habla y mira lo que pasa a su alrededor.
         Y alrededor a veces pasan personas que pasean perros de distintos dueños, son paseadores de perros. Los perros que veo llevan chubasqueros de verdad y uno lleva como unos zapatitos del mismo color para no mojarse las patitas.
Una de las imágenes que siempre he tenido de Nueva York, que me formé por las muchas películas que vi desde niño,  es la del humo o el vapor saliendo por las alcantarillas y por tapas que hay en el suelo como las de la electricidad o las de la telefónica en España. Nada más llegar veo unas chimeneas colocadas en la calle por las que sale mucho vapor. El vapor es el que calienta los edificios y cuando su presión aumenta sale por donde puede. Este es el vapor cuya imagen tenía desde hace mucho tiempo. Y esta especie de chimeneas las van poniendo por un sitio o por otro para equilibrar la presión y para evitar que el vapor se hiele en el suelo cuando hace mucho frío y sobre todo para que no sea como una especie de espesa niebla que no deja ver a los conductores durante algunos metros y pueda provocar accidentes.  
          Siempre que viajamos a un sitio nuevo llevamos un montón de imágenes previas, reales o imaginarias, que condicionan nuestra visión.
         Este vapor es una de las primeras cosas que vi en esta ciudad y también es una de las últimas. Este humo le da como un cierto misterio a esta ciudad. Uno espera que tras uno de estos penachos de vapor aparezca un gángster, Marilyn Monroe, James Dean o el chico o la chica de nuestros sueños. Este humo, este vapor forma parte de la magia y del encanto de esta ciudad. Si algún día desapareciese entonces faltaría algo peculiar y característico de mi Nueva York.

 

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