jueves, 20 de diciembre de 2018


NEW YORK - LOS ANTIGUOS BARRIOS DE CASAS BAJAS.

         En Nueva York hay muchos rascacielos, pero también hay muchas, muchas casas bajas de 3 ó 4 pisos. Hay más de estas casas que rascacielos. Son las viviendas que había antiguamente, las que había antes de los primeros rascacielos.
Y estas casas bajas están tanto en las zonas de gente rica, como en barrios de las clases obreras y en los de los inmigrantes más pobres. La mayoría de este tipo de casas también me son familiares gracias a las películas. Son casas con escaleras de incendio en la fachada, escaleras por donde huían los malos o donde se juntaban el chico y la chica que se gustaban.
Estas casas bajas las hay por todas partes. La verdad es que Nueva York es muy grande desde hace mucho tiempo, y no siempre ha sido igual, siempre ha ido cambiando. Nueva York es una ciudad muy dinámica que está en constante cambio, en constante evolución.
En la pequeña Italia ya no hay italianos, ahora hay sobre todo chinos y ya está a punto de dejar de llamarse Little Italy para llamarse Chinatown, la ciudad de los chinos, que ha ido creciendo y creciendo y que ahora alberga a más de 110.000 chinos, la mayor comunidad china fuera de Asia. Y paseando por Chinatown rápido uno se da cuenta de donde está.
Todo está escrito en chino, los escaparates son de ropa china, los restaurantes son de comida china y las tiendas son de cosas chinas. ¿De qué otro nombre se iba a llamar si no es Chinatown?
Pero basta cruzar una calle para encontrarse en otro barrio, como Lower East Side en el que vivían los inmigrantes recien llegados que trabajaban como obreros en la confección.
 La historia de los barrios neoyorquinos es una historia de constantes cambios: de ricos  que tienen esplendidas mansiones, mansiones que luego se tiran para hacer otras cosas; terrenos donde se hacen casas y más casas para los trabajadores y que están cerca de las fábricas y talleres; casas más baratas y más humildes para inmigrantes y trabajadores más pobres;
 casas que se abandonan y luego se restauran para convertirse en apartamentos más o menos lujosos, o en galerías de arte, o en bares y tiendas  de moda más o menos lujosas y más o menos famosas, y cosas así.

 

Y uno se puede dar cuenta de que está en unos de estos barrios trasformados en que las casas y las tiendas están más coloreadas, en que son como más bonitas y en que las tiendas son más originales en la presentación de sus escaparates.
         Y en Greenwich Village se encuentran las viviendas más antiguas de Nueva York, pequeñas casas de ladrillo construidas sobre el 1800. Es un barrio tranquilo, sosegado, lleno de árboles y por el que circulan pocos coches. Estas viejas casas las tienen como oro en paño, son casi monumentos nacionales; no tanto pero casi casi.
Una de ellas tiene unas plantas como algodonosas, unas plantas que me parece haber visto en la película “Lo que el viento se llevó”, unas plantas propias de los estados del sur.
         Todo aquí es un poco diferente, es como vivir en otra época, es como vivir en la época de películas que vi sobre todo de niño. Aquí me doy cuenta de lo unido que está Nueva York al mundo del cine, sobre todo para mí. Casi todo me es familiar, y estos barrios de casas bajas son tal como los había visto en las películas; aquí no me he llevado sorpresas  tal como me ha ocurrido con los rascacielos.
 Estas casas y estos barrios están a una escala más humana y más habitual para mí.  La guía que estoy utilizando – la Michelín – habla de diferentes estilos de arquitectura: federal, griego, neogótico, reina Ana, italianizante y un largo etcétera.
No me he interesado por las características de cada uno de estos estilos ni he intentado identificarlos en las calles, lo menciono para recordar la enorme variedad de edificios de Nueva York y como junto a unos edificios se levantan otros de características diferentes pero que juntos hacen muy bonitos, yo creo que hasta más bonitos que separados.

         El cine y otra vez el cine. Estoy como en mi barrio cuando paseo por estas calles con bloques de casas todas iguales, con esas escaleras que suben al portal del primer piso y que en la parte baja tiene un semisótano que ha sido el decorado de escenas importantes en películas que vi hace muchos años.
Son bloques de casas iguales pero sólo a trechos. Poco a poco van surgiendo diferencias. A veces hay casas que me llaman la atención como esa con columnas y seres alados similares a los de la antigua Babilonia. No sé que se le habría perdido a ese hombre por allí, pero hizo una casa realmente curiosa, aunque solo sea por lo fuera de lugar que está.
 Hay barrios y zonas en las que no hay esas escaleras metálicas de incendios en la fachada. No sé si es que nunca las hubo o es que las han quitado al hacer obras o reformas. Imagino que esto de las escaleras debió imponerse en algún momento y se puso en casi todas las viviendas, tanto en las antiguas como en las que se construyeron entonces y a posteriori.
 Si esa norma ya no está en vigor es lógico que en las nuevas no las  haya y que en muchas antiguas se quite. Pero la verdad es que esas escaleras exteriores son algo intrínseco de las ciudades americanas. Es lo que vimos en las películas.

 También hay edificios nuevos bajos. No solo se hacen altos rascacielos. Nueva York es una ciudad enormemente variada, y los antiguos barrios textiles o los mataderos hoy son lugar de encuentro de jóvenes polacos, rumanos, etc, a los que han puesto un sello característico.

 
Harlem lo dejo para el domingo. Voy a escuchar una misa gospel en Canan Baptist Church. Entro a la misa de las 8.30 de la mañana, Estamos poquísimos turistas, yo diría que ni una decena, y el espectáculo es impresionante.
 El coro mixto comienza con un soberbio “Aleluya” que desprende alegría por todas partes. El acompañamiento el adecuado, ni poco ni mucho: piano, órgano, batería, guitarra eléctrica y algún instrumento de viento. La mujer que toca el piano empieza a cantar ella sola un salmo que no entiendo pero que siento. Es el milagro de la música. Cuando esta mujer acaba sale otra mujer con una voz digna de una cantante de ópera. Todo es ritmo y todo es sentimiento. Luego el sermón sobre las palabras que tuvieron Moisés y Jehová allá en el monte Sinaí. Es un sermón estudiadísimo en el que en algunos momentos hay acordes de piano o de órgano para resaltar determinadas palabras. La señora que da el sermón se marca al final un cántico que no tiene que envidiar al de las anteriores. Luego todos nos dirigimos en orden hacia la parte delantera para dejar nuestra ofrenda. El coro, en una interpretación que desborda ritmo por  todas partes pone fin a este soberbio espectáculo. Y mientras ocurría todo esto en el escenario, porque la sala es igual que la de un teatro, los asistentes no se estaban quietos ni indiferentes: unos se ponían de pie, otros se movían al ritmo de la música, de vez en cuando gritaban ¡Aleluya!, los más activos se abanicaban con unos pay-pays o se secaban el sudor con pañuelos de papel que ofrecían personas que iban por los pasillos y otros lloraban como la mujer que estaba a mi lado y que se dio una a llorar cojonuda. En momentos del sermón pensaba en  las enormes diferencias que hay entre esta misa y las misas católicas que he escuchado tantísimas veces.

         Dicen que las  calles y las viviendas de Harlem han variado mucho. Se han tirado muchas viviendas y se han construido casas nuevas, que ya no son de pobres. Las viejas viviendas se han rehabilitado y hoy son apartamentos para gente pudiente. Los negros pobres ya no pueden vivir aquí. Los que quedan es gente acomodada y cada vez viven más blancos.
         Solamente se conservan unas poquitas calles del Harlem antiguo, del Harlem casi exclusivamente negro. Esto es Nueva York y esto también ha cambiado.
 

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