sábado, 19 de enero de 2019

LA RUTA DE LA SEDA (13)
 LAGO SON KOL 
        El jueves 27 de agosto, por la mañana temprano, partimos de Tash Rabat en dirección al lago Son Kol.
        Pronto paramos en un pequeño cementerio, en medio del campo, donde los nómadas llevan enterrando a sus muertos desde hace siglos. El tipo de tumbas indica la época en que se hicieron: en la de los mongoles, en la de los chinos o con los soviéticos. Las montañas de Tian Xian parece que velan el sueño de estos muertos.
        El terreno parece que se hace llano durante algún tiempo, pero todo es ilusión. El llano es el fondo de un gran valle. Las montañas están allí, un poco más lejos. Y en ese llano hay pequeñas ciudades. Paramos en una de ellas para descansar y comprar sandías. No imaginé nunca que en Asia Central hubiese tantas sandías.
        El camino es pesado, lento. Pronto empieza un enorme puerto, un puerto comparable a los más largos que conozco de los Alpes. Yo creo que incluso es más largo. Hay pequeños bosques de abetos, cosa rara en este país y en estas montañas.
           A medida que subimos la desolación aumenta. Arriba del todo, casi a 4.000 metros, sólo hay un poco de hierba. Una pequeña bajada y el lago Son Kol aparece ante mis ojos.
           Es grande, muy grande, quizá demasiado grande (rodearlo en coche lleva más de 2 horas). El lago me desilusiona un poco. Todo está muy abierto. No hay ningún árbol. Hace mucho fría. Estoy muy cansado. Estamos a 3.100 metros de altitud. 

        Dormimos en una yurta. Nos acostamos pronto. Por la noche hace mucho frío.

        Me levanto al amanecer.  El sol enseguida da en las yurtas. Una mujer anda con unas vacas y unos terneros. Ordeña un poco a la vaca y luego deja que un ternero mame.

           El gran rebaño de ovejas y cabras de las yurtas de al lado se pone en movimiento. Son animales que aparentemente no van a ningún sitio, pero en su caminar no hay nada de errático, todo está misteriosamente dirigido.
            A esta hora de la mañana hay una luminosidad y una gran transparencia del aire. Todo adquiere como un color pastel. El blanco de las yurtas destaca poderosamente. El azul del lago parece que se va diluyendo con la lejanía.
        Mientras se hace tiempo para que una parte del grupo vea unos petroglifos, me voy a dar un paseo, un largo paseo de casi dos horas. Yurtas por aquí y por allá. Montañas con nieve al fondo: las montañas del cielo, los Tian Xian.
          Colinas de hierba; terneros; una camella con su cría y luego los reyes: los caballos. Caballos de todos los colores, de todos los tamaños. Caballos comiendo, caballos tumbados, caballos que van a donde quieren y por donde quieren. Todo este conjunto formado por los caballos, el lago, las montañas, las colinas, las yurtas, el ganado y el viento, es uno de los que más sensación de espacio abierto me han dado.
          Todo es libre, no hay ataduras de ningún tipo. Y esta sensación de espacio abierto se transmite al alma y ésta vaga por doquier, sintiendo algo parecido a lo que debería sentir si tuviese esa libertad total que sólo tiene el viento.
        Y este lago de Son Kol, el lago perdido, tiene una salida digna de su nombre: un estrecho desfiladero acompaña al arroyo que nace en el lago. Las montañas acompañan al arroyo.
          A medida que se desciende y se mira hacia atrás no parece que allá arriba haya un lago. El lago está bien escondido. El lago está perdido entre las montañas. ¡Qué poético el nombre que tiene: Son Kol, “el lago perdido”!


No hay comentarios:

Publicar un comentario