domingo, 20 de enero de 2019


 LA RUTA DE LA SEDA (14) BISHKEK

         En Bishkek también hay montañas. El Tian Xian también llega a Bishkek. Nunca he visto un macizo montañoso que esté presente por todo un país de una forma tan majestuosa.  Cuando me levanto y miro por la ventana veo como telón de fondo unas montañas altas, nevadas, imponentes e impresionantes. ¡Qué lejos están estas montañas pero que sensación dan de fuerza y de poderío! ¡Qué altas son las torres que han hecho los humanos pero que pequeñas quedan frente a las montañas! ¡Qué bonitas son las montañas del Tian Xian!
        Tatiana, la guía, nos lleva a la iglesia ortodoxa, a su iglesia. Están celebrando algo. Casi todos los asistentes son personas mayores, y la mayor parte mujeres. Cuadros y cuadros por todos lados. Cuadros con figuras hieráticas, figuras que se me antojan iguales que las de hace siglos.
           A la puerta de la iglesia una anciana pide limosna, los que entran y salen le dan algo. Otra no tan anciana vende cuadritos y recuerdos religiosos.   
 
          Luego a ver grandes almacenes, para que los que quieran hagan compras.
         Almacenes donde venden casi las mismas cosas que en otras partes del mundo y con nombres que me son familiares: Omo, Vernel, Zanussi, Philis, North Face, etc. Almacenes muy coloreados por fuera.
        Chicas que esperan sentadas a la puerta y que lucen generosamente las piernas.


 
 
       Parques con plazas o plazas con parques, no sé muy bien como definirlas. Flores, monumentos, edificios modernos, fuentes, estatuas. Todo ello conforman estas plazas amplias, grandes, luminosas.
           Y en algún rincón hay un puestecillo donde venden postales y pequeños recuerdos. El puestecillo con su sombrilla amarilla y negra pone una nota de color. Y esa nota de color se repite de vez en cuando por alguna calle, por algún otro sitio.
        Paseando por las calles de Bishkek voy por enormes avenidas rectas, con muchos árboles en las aceras. Quizá haya demasiados árboles en Bishkek. Quizá hay demasiado espacio libre en las calles y plazas de Bishkek que por todas partes, por todos lados, es moderna.
            Esta Bishkek me resulta un poco inhumana. Me siento como un poco perdido, como un poco indefenso. En las grandes aglomeraciones urbanas: Azca en Madrid, la Defense en París, Iphigenia en Montpelier, etc. no tienen tanta vegetación, y en todos estos lugares se han sabido crear rincones donde los humanos nos sentimos protegidos, rincones donde creamos nuestro espacio.

        De vez en cuando hay menos árboles, y entonces se pueden ver mejor las viviendas, las fuentes, las tiendas y otras cosas más vitales y más duras, como ese par de niños pidiendo en unas escaleras: el mayor tendrá 6 ó 7 años, el pequeño 2 ó 3. Una señora les regala un helado a cada uno ¡Con qué fruición y con que gusto lo comen! Les hice esta foto como con vergüenza, como haciendo trampa y por eso no me atreví a hacerles otra.
         Por lo mismo tampoco hice una foto a una mujer joven que tenía un bebé en los brazos y que pedía limosna un poco más allá. Posiblemente fuese la madre de estos dos niños.

        En las enormes avenidas surgen por aquí y por allá pequeños puestecitos. Casi todos son de comida y alguno de flores. Y estos puestecitos, junto con la gente que se para ante ellos, animan la calle y le dan como más vida.

        Y en este Bishkek en el que casi todos los edificios son modernos, conviven personas de apariencia moderna y apariencia tradicional. Una mujer mayor vestida al modo tradicional y otra vestida de modo más moderno hablan de sus cosas.
            A ninguna parece preocuparle el atuendo de la otra. Jóvenes con pantalones cortitos o con minifalda pasan continuamente sin que nadie les preste la más mínima atención.

   
     Y en este mundo de contrastes y de modernidad veo edificios magníficamente coloreados, lástima que estén aislados y no formen unos buenos grupos de color. Y entre tanto color veo coloreados ároles de plástico. Los de color rojo son los que más me llaman la atención.
 
        Algo más adelante paso por un jardín. Y la verdad, viendo la luz y las sombras, sintiendo la frescura y el verdor de los árboles naturales, me quedo con estos por muy coloreados que sean los artificiales.

        Y así, andando y andando, mirando y mirando, llego al hotel. Preparo mi equipaje y lo meto en el autobús. Voy a cenar con todos los del grupo a un restaurante ruso. Ceno unos platos cocinados de una manera desconocida para mí y que están muy buenos. Al terminar, el autobús nos espera para ir al aeropuerto. Mi viaje por el Asia Central ha terminado. Hoy es sábado 29 de agosto del 2009.

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