viernes, 17 de abril de 2020

EGIPTO – EL DESIERTO BLANCO (7) Oasis de Farafra
FINAL DEL TREK.
            Es el último día que duermo en el desierto y el amanecer es de los más hermosos que he visto durante estos días. 



          Las cumbres de las montañas se ponen rojas, como si estuvieran ardiendo. Es un espectáculo que estoy contemplando todo el tiempo que dura. Cuando todo se ilumina ese encanto desaparece y aparece el encanto de ver todo brillante y radiante bajo un cielo insultantemente azul.


           A primeras horas de la mañana la visibilidad es magnífica y el aire es tremendamente transparente. Caminamos entre los riscos por amplios arenales, arenales que cada vez son más abundantes.


           Las rocas disminuyen de tamaño y a veces se redondean como si quisieran pasar desapercibidas. Se suceden una serie de gigantescos monolitos con formas caprichosas.



           Y la última gran roca, el último baluarte rocoso es un gigantesco monolito con nombre propio: el  QABUR le llaman los indígenas.



            Aquí coincidimos con nuestros vehículos, nos dan un pequeño refrigerio y parten hacia la carretera, lugar donde montaremos para ir a Farafra. Desde el monolito si se mira hacia el noreste se ven las formaciones rocosas que recorrimos ayer y que acabamos de recorrer hoy en el desierto blanco.  


          Si miramos hacia el sur solo se ve una enorme llanura, y allá a lo lejos, pero que muy lejos, se ven como montañas. Serán pequeñas estribaciones de alguna lejana cadena como  Gilf el Kebir, pero esa me parece que  está demasiado lejos de aquí.  La llanura es enorme, desoladora y aparece con pequeñas plantitas por aquí y por allá. Parece que son muchas pero la verdad  es que están muy separadas unas de otras. Todavía queda una hora de andar por esta llanura. La arena no está muy suelta, pero es arena y es muy fatigoso andar por ella. Voy en silencio, mirando a todas partes y a ninguna. A veces pienso en esas imágenes que se ven en las películas de hombres andando por el desierto en busca de agua. 


          El sol calienta mucho, y eso que es invierno ¡qué será dentro de unos meses o en verano! Con la mirada busco los coches pero no los veo por ningún sitio; tampoco se ve ningún coche ni ningún camión; esta carretera no debe tener mucho tráfico. El último tramo se me hace especialmente duro y pesado. ¡Ya he probado un poco de la dureza del desierto y ahora entiendo porqué estos hombres nunca han ido andando por el desierto y siempre han ido en camello! ¡El desierto no está hecho para andar!

OASIS DE FARAFRA.
            Llegamos Farafra a la hora de comer. Después de hacerlo la gente se dispersa para bañarse en la piscina, ducharse y ducharse o dormir la siesta. Yo prefiero irme a pasear. La ciudad es pequeña.


           Enseguida llego a donde comienza el oasis y allí hay muchas casas de barro, las casas tradicionales del desierto, con pocas ventanas y con patios interiores que vislumbro en las pocas que tienen la puerta abierta o en las pocas en que coincido en que entra o sale alguien. Los que más veo son niños; los niños juegan en la calle y da gusto verlos. En Europa no se ven niños jugando por las calles con la libertad con la que juegan éstos y con la que jugaba yo.


          Paso junto a un herrero que trabaja en la calle, al sol, pues ahora casi se agradece.
  

             Me doy perfecta cuenta que las casas que no están enjalbegadas son del mismo color que el suelo, y por eso, tradicionalmente, cuando se quería destacar un edificio se pintaba de blanco, como esa tumba de un santo musulmán que está en medio del pueblo. 


           Esta tumba debe ser similar a las ermitas españolas que se hacían en medio o a las afueras de las ciudades.
          Las palmeras y los árboles salen por encima de las casas. El oasis está aquí al lado.

            El oasis es sorprendente. Parece mentira que de repente, en medio de la sequedad y aridez del terreno que hay al lado, surja este verdor y esta cantidad de vegetación. Por todas partes hay árboles, sobre todo palmeras, hay arbustos que crecen en los lugares abandonados, en el borde de los caminos y de los campos de cultivo y que se asemejan a las zarzas de los campos españoles.


           Hay cultivos que me parecen de alfalfa y también hay de otras plantas que desconozco Hay plantas de hojas enormes (que me parece que son plataneras) y de un verdor y brillo impresionante. 


           Me da la sensación que muchas tierras de cultivo se están abandonando: hay demasiados campos llenos de maleza; demasiadas palmeras cargadas de dátiles de un marrón rojizo que van cayendo al suelo y que nadie parece recoger; demasiadas entradas a los campos llenas de hierbajos que parece que nadie pisa; pequeños canales llenos de vegetación en los que el agua muere. Quizá aquí esté empezando el proceso de abandono del campo tal como ocurrió en Europa hace ya muchos años.
            Los campesinos jóvenes vienen y van sobre todo en motocicletas, los no tan jóvenes se mueven con carros, en borricos o andando. 


          Y es curiosa la convergencia con ciertos campos de Ávila, pues en sitios tan alejados y tan diferentes, los campesinos cierran sus campos con somieres, palos o puertas de chapas procedentes de bidones. ¿Por qué esta coincidencia? Una de las cosas que más me sorprende es ver garcillas por aquí. 


           El oasis puede ser su hábitat pues tienen humedad y allí habrá muchos bichitos que comer pero ¡esto está tan lejos de cualquier otro sitio! ¡Esto está en medio del desierto! Estos animalitos están prisioneros en estos oasis; imagino que les imposible salir de aquí, pero esta es una jaula bastante espaciosa.



            ¡Qué bien se pasea por el oasis! ¡Qué bonitos los contraluces de los árboles y la vegetación! ¡Qué brillo el de la hierba! Y de repente, en un campo que parece abandonado para los cultivos hay unas vacas frisonas o suizas que están gordas y lustrosas. No me extraña, comida no les falta. Imagino que el problema para estos animales debe ser el calor. Son muchos meses al año de bastante calor y algunos meses de un calor extremo, esta puede ser la causa de que el ganado vacuno no abunde por aquí.


            Los que sí abundan son los gatos. Gatos huidizos que me miran medio escondidos entre la maleza. Y como cada vez que veo un gato me acuerdo de Emilia (q.e.p.d) y del gran cariño que tenía a los gatos (una vez su marido le dijo a un  gato: vete que como te vea Emilia te coge). 


          Y después de un tranquilo paseo por el palmeral vuelvo al pueblo, a ver las casas de barro y a los niños jugando en la calle. Hay dos pequeños que me hacen mucha gracia: uno hace de perro y va a gatas con una cuerda por el cuello y el otro la lleva agarrada por el otro extremo como si fuese una correa.


            En el pueblo está la gente y el espectáculo es diverso y variado. Carros y carros con borriquillos se ven constantemente y también constantemente veo demasiadas mujeres tapadas totalmente. Las  jovencitas adolescentes van con la cara descubierta pero con un pañuelo bien puesto. Las viejas (50 años o más) también suelen ir con la cara descubierta, debe ser que ya no importa que las miren, pues nadie debe querer mirarlas con ojos de deseo, que son los pecaminosos.


            Muchos hombres van vestidos con su  turbante y su chilaba hasta los pies, aunque son más los que visten al modo occidental ¿Y por qué ellos pueden hacerlo y las mujeres no? Será porque piensan que las mujeres no pecan ni les desean si les ven las formas de las piernas.


           Las mujeres deben ser tan inútiles que no tienen ni capacidad para desear ni pecar, el único que peca es el hombre, y la que le hace pecar es la mujer, y si se la tapa es como si ya no existiera. Este oasis está todavía más alejado que el de Bahariya,  aquí las ideas tardan más en llegar y aquí sopla más el viento y se lleva antes a las que hayan podido venir adheridas al polvo de los vehículos,  tal como decía Larra.


  
          Poco a poco me voy acercando a la parte nueva del pueblo, bueno, donde las casas son más nuevas. Muchas las están haciendo ahora y muchas tienen aire impersonal, con terrazas y demasiadas ventanas y otras tienen cúpulas al estilo oriental. Los colores suelen ser discretos excepto en algunas que destacan precisamente por lo contrario, pero sin caer en el mal gusto, lo cual es de alabar.


            En las dos calles principales están los comercios. Muchos están cerrados a esta hora pero compruebo que al anochecer los abren casi todos. Debe ser la costumbre de hacer la vida en las horas más soportables al calor. El corto invierno parece que no rompe esa costumbre.


          No hay muchos coches particulares, lo que más abundan son las motos, y abundan tanto que los taxis más abundantes son motos de tres ruedas, como los de la India.  


          El autobús interurbano (irá a las aldeas próximas pues el oasis es bastante extenso) es de un verde chillón, y también hay como camionetas con bancos a los lados que también transportan a las personas. 


          Cuando va a montar una mujer los hombres la hacen un generoso sitio para no rozarla, y si montan varias las dejan toda una parte y ellos se acoplan de cualquier manera.
            Voy andando y veo un grupo de mujeres que están hablando. Me parecen vistosos los colores de sus vestidos y me gustaría hacerles una foto, pero si me ven lo más probable es que se marchen y no pueda hacerla.


Intento hacerla de lejos y medio escondido cuando veo que se ponen a jugar como si fueran niñas. Me quedo muy sorprendido e imagino que no son mujeres, que son niñas. Me acerco y efectivamente, son niñas de unos 10, 12 años que están jugando a alguno de esos juegos a la pata coja. También hay algún niño por allí.  Con gestos les digo que si les puedo hacer una foto y me dicen que sí. 


Les hago varias fotos porque algunas me salen mal por el sol que está detrás. Lo que más les gusta es verse en la pantalla. Estamos en estas cuando se acerca un “barbas” y les dice algo. Una de las niñas me dice que ya no les haga más fotos, pero que a los niños sí. Me quedo un poco triste, pero en cuanto se aleja el “barbas” y desaparece tras una esquina la niña pequeña me dice que le siga haciendo más fotos. Las demás también se apuntan a la sesión fotográfica. Siempre creí que  las niñas no llevaban el pañuelo, ni la falda larga, ni las mangas cubiertas, pero parece que en estos lugares tan alejados de los aires nuevos, se sigue con las costumbres más tradicionales.


Un poco más allá de donde están las niñas se está celebrando una votación. Acuden muchos hombres y mujeres en los coches y furgonetas de las que hablé antes. Pero las mujeres pasan raudas y veloces y no se entretienen para nada. Cuando salen de votar los hombres se paran a charlar unos con otros y las mujeres desaparecen. Muchas se vuelven a meter en los coches, otras se alejan y se agrupan en lugares fuera de la vista de los hombres y otras han debido quedarse dentro del colegio electoral (que parece el colegio de niños) en algún sitio para hablar. Muchos hombres están con sus hijos, pero solo con los hijos varones aunque sean muy pequeños. Las niñas tampoco tienen sitio aquí. ¡Qué triste! La mayoría de los hombres que veo por aquí llevan chilaba, barba y la cabeza la llevan tapada de una manera u otra. No sé si esto tendrá que ver con lo que acabo de comentar, quizá estos hombres sean integristas, radicales musulmanes y estrictos observadores de la ley islámica, eso explicaría el atuendo de las mujeres y niñas y el comportamiento de todos ellos. 
            Por la mañana temprano partimos hacia El Cairo. Aún es de noche. Cuando llegamos a Bahariya el chófer se detiene con la intención de echar gasolina, y digo con la intención porque recorremos todas las gasolineras y en ninguna hay gasolina. Se rumorea que el nuevo gobierno que ha surgido de las últimas  revueltas sociales y que ha supuesto la caída de Mubarak, va a disminuir la subvención de  la gasolina con lo que el precio aumentará y todo el mundo ha cogido y almacenado toda la que ha podido, con lo que no hay en los surtidores; otros dicen que sí hay gasolina, pero que los de las gasolineras no lo quieren vender esperando a que suba el precio, y así aumentar sus ganancias.  Me parece a mí que en todos los sitios eso del egoísmo y del ansia de los humanos está muy extendido. ¡Constantes de la especie humana!


Y entre tanto ir de una gasolinera a otra y de esperar a que el conductor hable con unos y con otros, se hace la hora en la que los niños van al colegio. Son las 7.30 de la mañana, a las 7.45 ya no se ve ningún niño por la calle. Imagino que este horario tendrá mucho que ver con el calor que ha hecho y que pronto volverá a hacer. Los niños llevan las mismas mochilas que llevan los niños españoles. Parece que los dibujos animados llegan a todas partes y que son los mismos en todos los sitios. Pero la moda de ir vestidas las niñas (las de la foto tendrán  6 ó 7 años) no es la misma que en occidente.


            Me sorprende ver a un muchacho tan pequeño conduciendo una moto tan grande; pero no debe ser raro, pues ya he visto a muchachos de poco más de 12 años con motos muy grandes para su edad.
            El conductor fue parando en todos los sitios posibles para conseguir gasolina, al final fue un camionero el que le vendió un poco, la suficiente para llegar a El Cairo, donde no hubo problemas para conseguir gasolina en la primera gasolinera que vimos. Y así acabó este periplo por el desierto. La tarde y la mañana que pasé en El Cairo son otra historia.

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