miércoles, 15 de abril de 2020

SUDÁN DEL NORTE (7)

Al-Abidiya: la extracción del oro.



            Al-Abidiya es un lugar impresionante. Pero es impresionante por las personas que hay allí, por las condiciones en que trabajan, por cómo tiene que ser su vida.


            En al-Abidiya hay arenas auríferas y los hombres trabajan  buscando oro. Nada más llegar recibo una impresión caótica. Coches, maquinaria, bidones, camiones, puestos, casetas hechas con cuatro palos y una tela por encima, montones de tierra,charcas hechas con un fondo de plástico y sacos alrededor. Un lugar desconcertante de entrada donde uno se siente perdido.


            Y en esas charcas están hombres lavando las arenas auríferas para encontrar el oro. Lo hacen igual a como lo había visto en las películas del oeste, exacta- mente igual. Pero esto es el desierto y ahora hace fresco o frío para ellos, pero cuando sea el verano imagino que pondrán unos palos y un toldo para estar a la sombra.


            Y estos hombres trabajan y trabajan constantemente. Los jóvenes son los que lo     hacen más tiempo. Los mayores descansan un poco más.


             Y de vez en cuando alguno encuentra una pepita. Es un gran hallazgo; en el tiempo en que hemos estado aquí solo hemos visto a este hombre con su pepita.


            Pero estos pobres hombres para conseguir este oro tienen que trabajar con mercurio. El mercurio es muy tóxico y aquí, en Europa, está prohibido trabajar con él; los antiguos termómetros  de mercurio han desaparecido.


          Pero estos hombres no viven en Europa, y si se intoxican ¿a quién le importa? ¿a sus familiares y amigos? Bueno, pero esos no son nadie.


            Muchos son niños. Obsérvese al chico más alto que es un joven que estará en los 20 y pocos años y compáresele con los que están a su lado; esos tendrán 15 ó 16 años.
            El guía sudanés nos decía que estos hombres vivían como esclavos o todavía peor. La mayoría no son sudaneses, son personas venidas de los países de alrededor y que son muy pobres: Etiopía, Chad, Eritrea, Somalia, etc. En otro campamento que había anteriormente el guía nos dijo que era muy peligroso pasar por allí, que esta gente te robaba y te hacía cualquier cosa, que eran buscadores de oro y que eran mala gente. A mí no me gusta encasillar a la gente sin conocerla. No creo que haya mucha mala gente porque sí, creo que muchos “malos” lo son por necesidad.


            ¿Estos hombres tienen aspecto de malos? Para mí no.
            Y si es duro trabajar al sol y con mercurio para lavar la tierra y sacar el oro, más duro tiene que ser trabajar en las máquinas que machacan las piedras auríferas para reducirlas a polvo.



            El polvo que sale de las máquinas es muchísimo, tanto que casi no se ve al hombre que está trabajando en la parte baja. Y lo más sorprendente es la mascarilla que llevan estos hombres: un pasamontañas con unos agujeros enormes en los ojos ¡y en la boca! ¿Cómo tendrán los pulmones esta gente? ¿Tanto cuesta una buena mascarilla? ¿A nadie se le ocurre llevarlas allí para que las vean y las compren o se las dé la empresa? Parece que a nadie le interesan estos hombres. Me parece muy, pero que muy lamentable. Y todo para sacar oro y que los ricos puedan presumir que son ricos. No lo entiendo, me parece un mundo demasiado injusto y demasiado inhumano.


            Pero después de todo, estos hombres tienen humor y ganas de sonreír. Para ellos es un acontecimiento que unos blancos se acerquen hasta allí, les hagan unas fotos y encima se las enseñen.


            ¡Con qué poco se conforman!
            Las condiciones de vida no pueden ser más espartanas. Menos ya no se puede tener. Cuatro o seis palos, una tela por encima y los lados y esa es su casa. Otros no tienen ni los seis palos y tienen menos palos y hacen una tienda estilo canadiense. Ahora se debe estar relativamente bien, ¿pero cómo se estará en verano con 45 grados?




            En esas tiendas tienen su ropa, allí tienen sus cosas y allí guisan y allí duermen. Imagino que no conocerán el aire acondicionado, aunque bien pensado a lo mejor no les hace mucha falta, pues llevan varios siglos viviendo en Sudán y hasta ahora no lo han necesitado.


            En el campamento hay como una calle principal en la que hay tiendas  y algún que otro restaurante. ¡Ah!, ¡se me olvidaba! En esta calle principal hay sitios donde lavarse y donde coger agua. Pero las comodidades no son muchas.


            Las tiendas son de cosas básicas, sobre todo de alimentos. Hasta hay carnicerías de carne muy  fresca pues como no tienen neveras lo que matan lo tienen que consumir enseguida. Para que no se acerquen las moscas ponen un recipiente con algo que se está quemando y echa humo.


            Esta gente no come mucho, solo comen un plato, pero sin cuchara ni tenedor. A ambos les sustituye el pan. Ese pan planito, sin miga que meten en el plato a modo de cuchara y sacan lleno de lentejas, de una especie de puré o de habas. Aquí todavía deben decir lo que me decía mi abuela: Hay que comer las cosas con pan porque si se hace sin ello entonces no alimentan. ¡Y menos mal que comida no les falta!



            Este campamento es una de las cosas que más me ha impactado del Sudán. No me extraña que estos hombres quieran saltar las vallas de Ceuta y Melilla.  


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